- Juan J. Nogueira y Carmen Simón Mateo
La Contaminación: Una Pandemia Silenciosa
Juan J. Nogueira (1) y Carmen Simón Mateo (2)
(1) Departamento de Química, Universidad Autónoma de Madrid, Calle Francisco Tomás y Valiente, 7, 28049 Madrid.
(2) Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), Calle Darwin 3, 28049 Madrid.
Cita este artículo como: J. J. Nogueira y C. M. Mateo. La Contaminación: Una Pandemia Silenciosa en el libro electrónico Contaminación, Salud y Políticas Públicas coordinado por J. J. Nogueira, Respira Madrid.
La reciente pandemia mundial causada por el virus SARS-CoV-2 ha puesto de manifiesto varios hechos relevantes sobre nuestra sociedad. Quizás el más importante de ellos sea la capacidad de los seres humanos para conseguir cosas asombrosas cuando trabajamos de manera coordinada por una meta común. En apenas unos meses hemos sido capaces de desarrollar varias vacunas de eficacia muy elevada contra el coronavirus, cuando normalmente alcanzar tal hito requiere al menos cinco años de investigación. Esta proeza ha sido posible gracias al conocimiento que se ha generado durante años de investigación, a la colaboración científica internacional y a la lucha conjunta de lo público y lo privado. Hemos comprobado que la cooperación es más fructífera que la competición y que los sectores público y privado tienen que ser aliados para generar sinergias entre ellos que contribuyan al bienestar social. Esperemos que no se nos olvide.
La crisis sanitaria también nos ha mostrado que el existente abismo insalvable entre ciencia y sociedad no era tal. A lo largo del último año innumerables investigadoras e investigadores han hecho un enorme ejercicio de divulgación científica sin precedentes en prácticamente todos los medios de comunicación. Actualmente, un elevado porcentaje de la población podría describir, con mayor o menor acierto, cuáles son los síntomas de la Covid-19 y las medidas higiénicas y de seguridad más eficaces para combatirla. Así mismo, términos como incidencia acumulada, aerosoles, carga viral o antígenos son ahora conceptos familiares que hasta hace poco eran absolutamente desconocidos para la mayoría de la ciudadanía. En otras palabras, se ha producido una transferencia muy eficiente del conocimiento científico desde los organismos públicos de investigación y las universidades a la sociedad civil y política. Sin embargo, este flujo de información científica no siempre ocurre de manera tan eficiente en otros temas de igual relevancia, por ejemplo, el efecto de la contaminación en la naturaleza y en nuestra salud. A pesar de que los efectos nocivos de los distintos tipos de contaminación (atmosférica, acústica y lumínica, entre otras) están más allá de toda duda, estos solo se incluyen en el debate público de manera puntual. ¿Es posible que esto sea debido a que las consecuencias de la contaminación no son tan nefastas como las consecuencias de la Covid-19? Rotundamente no.
Desde que comenzó la pandemia aproximadamente hace un año, alrededor de 60 000 personas han fallecido en nuestro país por Covid-19 según los datos oficiales. Esta cifra es comparable a los más de 30 000 fallecimientos anuales que tienen lugar en España como consecuencia de la contaminación atmosférica, según el informe de 2020 Air Quality in Europe de la Agencia Europea del Medio Ambiente. Además, sabemos que tarde o temprano venceremos a la pandemia y el número de fallecidos por Covid-19 dejará de crecer, sin embargo, los fallecimientos causados por la polución desgraciadamente no desaparecerán a tan corto plazo, si es que algún día lo hacen. Aparte de las consecuencias en nuestra salud, la contaminación atmosférica juega un papel primordial en la emergencia climática que nos está acercando de manera irreversible a la destrucción de gran parte de la biodiversidad de nuestro planeta y, como consecuencia, de la vida tal y como la conocemos. Esto significa que el coste ambiental y humano causado por la contaminación atmosférica es enorme; sin embargo, la atención mediática que se le presta no es la que debería tener un asunto tan grave como este.
Hay al menos dos motivos que explican la menor importancia que le damos a la contaminación en general, y a la contaminación del aire en particular. Primero, las consecuencias de la contaminación atmosférica son visibles generalmente a largo plazo, a diferencia de las consecuencias de la Covid-19 que son mucho más súbitas. Todos los días se notifican fallecimientos por Covid-19 de personas que se habían infectado solamente unas pocas semanas antes. Miles de pequeñas y medianas empresas de diversos sectores han echado el cierre definitivo porque no han podido soportar la presión económica. Las llamadas colas del hambre, que deberían sacar los colores a cualquier sociedad mínimamente cívica y solidaria, crecen sin mesura desde el inicio de la crisis sanitaria. La devastación ocasionada por el virus SARS-CoV-2 a corto plazo es más que evidente. Contrariamente, la contaminación atmosférica trastoca nuestras vidas de una manera más gradual, aunque no por ello menos letal. Por un lado, la mortalidad asociada a la polución es generalmente consecuencia de la exposición a contaminantes durante varios años. Por supuesto, también existen casos de fallecimiento por polución a corto plazo, pero son menos numerosos. Por otro lado, los gases de efecto invernadero atrapan parte de la radiación solar haciendo que el planeta se caliente lentamente. En particular, la temperatura de la Tierra ha aumentado algo más de 1 grado centígrado desde la era preindustrial. Este aumento puede parecer poco relevante a primera vista, haciendo que en muchas ocasiones percibamos la emergencia climática como un problema al que deben enfrentarse las generaciones futuras, pero que nosotros podemos ignorar cómodamente. Pero lo cierto es que las consecuencias del calentamiento global ocurren cada vez con mayor intensidad y frecuencia: fenómenos meteorológicos extremos, extinción de especies, daños irreparables en ecosistemas, escasez de agua potable, pandemias y una larga lista de sucesos medioambientales que son también el germen de las peores crisis sociales. Por ejemplo, millones de personas son desplazadas de sus hogares anualmente debido a algún desastre natural, ocasionado en mayor o menor medida por el cambio climático.
El segundo motivo por el cual la contaminación atmosférica – y la contaminación de cualquier tipo – recibe menos atención de la que merece, es el desconocimiento de muchas de las consecuencias asociadas a dicha contaminación. Cuando se habla de contaminación atmosférica, inmediatamente salen a la palestra el cambio climático y el cáncer de pulmón. Sin embargo, los problemas asociados a la contaminación del aire van mucho más allá. Además de enfermedades respiratorias como asma, neumonía y fibrosis quística, existe una interminable lista de dolencias no respiratorias relacionadas con la contaminación atmosférica que incluye, entre otras, varios tipos de cáncer y trastornos cognitivos. Además, la contaminación no sólo tiene consecuencias sobre la salud de los seres humanos, sino también sobre la salud de los animales de nuestro entorno. Estos se han visto obligados a modificar su estilo de vida debido, especialmente, a la contaminación de las grandes urbes que aglomeran más de la mitad de la población mundial. Todos estos inconvenientes asociados a la contaminación se pueden aliviar significativamente con políticas públicas cuyo objetivo sea reducir las fuentes principales de contaminación. Los vehículos motorizados son responsables de gran parte de la contaminación atmosférica y acústica que se produce en las ciudades. En concreto, según el informe Air Quality in Europe de 2019 de la Agencia Europea del Medio Ambiente, alrededor del 20% de los gases de efecto invernadero de la Unión Europea de los 28 proviene del tráfico por carretera. Ese mismo informe también concluye que casi el 40% de los óxidos de nitrógeno – gases que causan miles de muertes prematuras anualmente – emitidos a la atmósfera por los países europeos proviene del parque automovilístico. Por tanto, una planificación urbana sostenible que limite espacio a los vehículos privados para cedérselo a las personas y a los medios de transporte más saludables y sostenibles es necesaria para mejorar el bienestar de la ciudadanía sin dañar el de la naturaleza. La creación de zonas de bajas emisiones y espacios verdes urbanos en todas las ciudades sería un buen comienzo.
Desde la Plataforma en Defensa de Madrid Central queremos contribuir con conocimiento científico para diseñar políticas públicas que mejoren la calidad de vida de las personas porque el derecho a la salud es un derecho fundamental de todos los seres humanos. Por este motivo nos hemos embarcado en este proyecto, en donde queremos compartir con la ciudadanía conocimiento relacionado con la contaminación: cuáles son sus consecuencias sobre nuestra salud y el medio ambiente, y qué medidas podemos adoptar para combatirla. Para ello, hemos contado con la colaboración desinteresada e indispensable de varios grupos de investigación de reconocido prestigio internacional. Nos gustaría mostrar nuestro más sincero agradecimiento a todos ellos por todo el tiempo que han invertido en este proyecto. Muchísimas gracias por poner la ciencia al servicio de la sociedad.